Si hay algo que supera mi pasión por la cocina es mi pasión por viajar. Me encanta descubrir nuevos lugares, volver a disfrutar de los que ya conozco, cerrar la puerta de mi casa y saber que por delante me esperan días maravillosos. Comenzar a preparar el viaje, disfrutarlo y, a la vuelta, poder revivir una y otra vez todas las experiencias y momentos es placer incomparable a cualquier otro. Esto me pasa siempre que viajo, pero si tengo que elegir un lugar en el que esa sensación fue especialmente intensa, sin duda, es Marruecos (que acertada es su publicidad: Marruecos, el país que viaja en ti).Por eso, cuando mi querida Nieves puso en marcha un concurso para elaborar una receta que nos recordase a un viaje, lo tuve claro desde el principio: el tajin que compré en la Medina de Fez sería mi protagonista y con ayuda del libro La cocina del Desierto me puse manos a la obra. Espero que os guste.
Son muchos los recuerdos que guardo de este viaje: la hospitalidad de sus gentes, el color, los aromas, el sabor, los sonidos...sin duda, Marruecos es uno de esos lugares que se vive con todos los sentidos y eso, en mi opinión es algo maravilloso. Adentrarse en la Medina de Fez es una experiencia maravillosa; comenzar a recorrerla intentando inútilmente guiarte con el pequeño mapa que acompaña tu guía de viaje para, finalmente, decidir perderte en ella, sin prisas, disfrutando de todas las sensaciones que rodean a este lugar casi mágico.
Disfrutar de Marrakech, la otra gran ciudad imperial, y de la magia (por que lo que allí ocurre es realmente mágico) de la plaza Jmaa el Fna. Ser testigo desde alguna de las terrazas de las muchas cafeterías que la rodean de su transformación cuando empieza a caer el sol y en ella se amontonan puestos de comida, cuentacuentos, encantadores de serpientes y miles y miles de personas que andando o en destartaladas motos se cruzan de forma incesante, mientras se mezcla el griterio, los sonidos de las flautas y, de repente, todo se hace silencio cuando, desde los minaretes, el muecín realiza la llamada a la oración.

Y, para contrastar con el bullicio, iniciar el viaje hacia el desierto. Atravesar el Atlas en el que aún quedan restos de las últimas nieves (que contraste más maravillosos regala este país) y adentrarse en la Garganta del Todra, grande e impresionante, para darse cuenta de lo pequeños que somos a su lado.

Continuar el viaje entre los palmerales, con alguna parada para degustar esos dátiles cuyo sabor, por muchos dátiles que vuelvas a comer a lo largo de tu vida, jamás será igualado. Y, de repente, toparte con Ouartzazate, conocida como La Puerta del Desierto. Recorrer Ait Ben Hadu mientras los comerciantes insisten en que pases a su tienda, con la excusa de enseñarte las fotos de los rodajes de Gladiator o Lawrence de Arabia, o alguna de las muchas películas de la que esta Kasbah de barro y adobe ha sido testigo.

Y, de repente, ahora sí, terminar en el desierto. Subir entre las jorobas de un camello y comenzar a adentrarse en las dunas, disfrutar del paisaje tranquilo y acompasado, al igual que el balanceo del animal sobre el que lo haces.

Y cuando ya sólo hay arena y silencio, sentarte sobre la Gran Duna y ser testigo de una de las puestas de sol más bonitas que verás en tu vida. Ver como el cielo se vuelve amarillo, naranja, rojo, violeta, color fuego ¡No hay palabras! Y, de repente, se hace la noche y el cielo se llena de miles, millones, de estrellas. No es necesario que levantes los ojos para verlas, porque las tienes delante y sabes que jamás volverás a ver un cielo tan estrellado como ese y que esa noche dormirás bajo él al resguardo de tu colorida jaima .
Y ahora, por fin y con la esperanza de no haberos aburrido demasiado, voy con la receta:
Ingredientes:
4 muslos y sus contramuslos de pollo.
1 cucharada de Ras el hanout (mezcla de especias ).
2 cebollas tiernas.
1 cucharadita de pimentón semidulce.
1 buena cucharada de miel.
100 gramos de uvas pasas.
12 orejones.
Aceite de oliva virgen extra.
Sal y pimienta.
Agua.
Elaboración:
En una sartén de buen tamaño doramos bien los muslos de pollo que previamente habremos salpimentado.
Cuando estén bien dorados los espolvoreamos con Ras el hanout, los cubrimos de agua y los dejamos cocer a fuego lento entre 15 y 20 minutos.
Mientras tanto, en la base del tajin sofreimos las cebollas picadas. Cuando empiecen a quedar transparentes les añadimos el pimentón y le damos un par de vueltecitas, siempre a fuego lento.
A continuación incorporamos las pasas, los orejones y la miel.
Finalmente, cuando los mulos de pollo estén listos los colocamos en el tajín con tres cucharadas del caldo en el que se han cocido. En este momento podemos rectificar de sal. Tapamos el tajin y lo dejamos a fuego lento 15 minutos más.
Pasado ese tiempo tendremos nuestro plato listo.